ADOLESCENCIA: ETAPA DE INDIVIDUACIÓN

   
Cualquiera que sea el contexto sociocultural, que desempeña un papel primordial, la adolescencia es y será un periodo de crisis y desequilibrio, carácter que no se debe tanto a los cambios fisiológicos y a sus repercusiones psicológicas, como a la obligación para los jóvenes de realizar su inserción en la sociedad y encargarse de su propio destino.

El término adolescencia se refiere a los procesos psicológicos de adaptación a la etapa de la pubertad que empieza entre los diez, once años y es el periodo en el que se desarrollan los genitales hasta llegar a la forma adulta.
Actualmente se dan una serie de circunstancias que hacen que la adolescencia sea una etapa difícil. Las mejoras en salud y nutrición nos han dado mayor longevidad, no sólo vivimos más sino que también vivimos mucho más tiempo juntos, como familia. Esto crea problemas nuevos tanto a los padres como a los hijos. Además las mejoras en salud y nutrición han dado lugar a que se adelante la maduración psicológica y sexual, a la vez que la creciente complejidad del mundo tecnológico exige un periodo mucho más largo de aprendizaje y formación para los jóvenes. Nuestros hijos aunque maduren mucho antes que antaño tienen que aceptar la necesidad de estudiar muchos años más y esto requiere que vivan durante mucho más tiempo dependiendo económica y socialmente de sus padres. Los padres tienen que cubrir las necesidades de sus hijos cuando ya hace mucho tiempo que han dejado atrás la infancia y ya no se sienten ni actúan como niños. Tener que mantener a adolescentes que lamentan depender de sus padres cuando con razón se consideran personas hechas y derechas es mucho más difícil y problemático desde el punto de vista psicológico.

La adolescencia es consecuencia de condiciones sociales recientes. Hace más de un siglo la adolescencia tal y como la conocemos solo existía en las familias de clase alta que podían permitirse el lujo de mantener a sus hijos después de la infancia, aún hoy solo existe en los países avanzados del mundo donde la riqueza y la longevidad permiten un largo periodo de escolarización. Cuando la expectativa de vida es menor y no existe riqueza, los jóvenes han de empezar a trabajar pronto, alrededor de los trece, dieciocho primeros años de vida. La adolescencia es una etapa del desarrollo creada socialmente. 
Nuestros hijos maduran sexualmente mucho antes que los muchachos de principio del siglo veinte. La anticipación de la madurez física y sexual, unida a un periodo de dependencia mayor crea tensión en la familia. Nos estamos adaptando a una organización de familia en la que los padres tienen que cuidar de los hijos durante más tiempo que antes a la vez que no se espera que los hijos cuiden de sus padres en la vejez. La expectativa de ser atendido por sus hijos en la vejez equilibraba la acción de dar entre padres e hijos, creaba un fuerte lazo entre ellos basado en una reciprocidad reconocida. Este lazo ha desaparecido y su lugar lo ha ocupado una interacción de culpa no reconocida en el hijo y resentimiento igualmente no reconocido en los padres.

Mientras que hasta la adolescencia los padres son sobrevalorados y temidos, no valorados realistamente, ahora se vuelven devaluados y vistos con las mismas proporciones del ídolo caído. Duelo y enamoramiento dominan la adolescencia. El adolescente sufre una pérdida verdadera con la renunciación de sus padres edípicos, es un proceso doloroso y únicamente puede lograrse gradualmente. El enamoramiento señala el acercamiento del adolescente a nuevos objetos. Este estado se caracteriza por un sentimiento de estar completo, asociado con un singular autoabandono. La pérdida del sentido de identidad que los adolescentes frecuentemente describen como un sentimiento de despersonalización (¿Quién soy?) sigue al retiro de de catexia objetal. La pérdida de objeto que experimenta el adolescente con la imagen de los padres edípicos contiene rasgos de duelo y esta característica es responsable, en parte, de los estados depresivos del adolescente.

Y si esto no bastase para crearle grandes conflicto internos al adolescente, además de los conflictos que tiene con sus padres también necesita definirse a sí mismo tanto positiva como negativamente, como parte del mundo más amplio en que está entrando. Si los padres se exceden al estimularle cuando le animan a salir al mundo, el adolescente puede no percibirlo como apoyo o ayuda sino como un esfuerzo por hacerles abandonar el nido. Mientras que el niño pequeño necesita agarrarse a un objeto fijo (osito, manta) el adolescente necesita tener a su disposición la seguridad del hogar. Allí puede ser tan infantil como desee mientras trata de actuar cada vez más como persona adulta en el mundo de fuera.

En el periodo de agitación adolescente lo mejor es cuando los padres pueden aceptar el comportamiento, extraño, antagónico o desagradable de su hijo sin aprobarlo. Deben darle al hijo adolescente el espacio para que experimente, sin tomarse demasiado en serio los detalles de sus actos, sin disgustarse ni interesarse demasiado por lo que haga. Lo mejor es que los padres se entrometan lo menos posible en lo que haga el hijo y al mismo tiempo le ofrezcan siempre, gustosamente, sin ninguna restricción la oportunidad de volver a ser el hijo bienvenido a su propio hogar, como lo era antes de experimentar con sus aventuras todavía inmaduras y además, con frecuencia, mal concebidas en el mundo exterior.

En la adolescencia, cuando el principal problema relacionado con el desarrollo es el de descubrir  afirmar su propia identidad, lo jóvenes tienen una especial necesidad de poner a prueba su cuerpo ya que los resultados están a su disposición inmediatamente y además pueden medirse y son visibles en el acto. Evaluar los méritos de los otros logros no es ni mucho menos tan sencillo y desde luego es menos directo. A un adolescente le resulta mucho más difícil basar su propia estima en cualidades que no sean físicas y los resultados son mucho más tenues y dudosos.  Adolescentes que no están seguros de su valor en otros aspectos pueden estar tentados a hacer cosas que representen un peligro en potencia: conducir temerariamente, escalar montañas, saltar con esquíes… Al no encontrar formas más positivas de afirmar su valor pueden llegar a cometer actos delictivos e incluso criminales. La necesidad de desafiar a los padres o a la sociedad es un elemento importante en la formación de la personalidad delincuente, pero, en último término la causa del comportamiento delincuente es la falta de respeto por uno mismo. La delincuencia y el recurso a las drogas muchas veces son intentos desesperados de silenciar la voz interior que le dice a una persona que no vale nada, que es un don nadie, ideas que tienen su origen en experiencias infantiles que hicieron que el niño sacara la impresión de que su cuerpo y él mismo no eran valorados
Los padres y educadores tienden a pensar que los logros académicos pueden y deben dar a un adolescente sentimientos de valía, mérito y propia estima pero si bien esto es en gran medida así en el caso del niño de corta edad y más adelante puede serlo en el adulto maduro, raramente lo es en el caso del adolescente. Esto se debe a que, en sus esfuerzos por llegar a ser él mismo tiene que luchar por liberarse de la dominación de los adultos, incluyendo la imposición de valores. Lo que es razonablemente aceptable para el niño pequeño debido a la seguridad que nace de tal dominación, es odioso para el adolescente. Cuanto más dependiente de la evaluación de los adultos se sienta para su propia estima, menos persona por derecho propio se sentirá. Basar el sentido de su propia valía en estimaciones de los adultos resulta contraproducente, le hace retroceder hacia actitudes infantiles de las que trata desesperadamente de liberarse.

La adolescencia es una segunda fase de individuación (la primera es al final  de los dos años) que va acompañada de aislamiento, soledad, confusión (éste no soy yo) y también de miedo y pánico. El adolescente ha perdido su construcción fantasmática infantil  y no está en condiciones de canalizar su fantasmática adulta. Perdida la protección que sentía durante la infancia intenta en algunos casos defender inconscientemente esa etapa mediante una actitud regresiva, negándose a avanzar, a continuar. Se niega a estudiar y a aprender con la fantasía inconsciente de que eso le va a permitir mantenerse en la idealizada etapa infantil.

La intelectualización es uno de los mecanismos típicos de la adolescencia. La creación artística también. Con el pensamiento abstracto formal que se desarrolla entre los once o doce años y los catorce o quince, la inteligencia llega a su forma final de equilibrio. El pensamiento se hace hipotético deductivo. Esto le hace tener sentimientos de libertad interior. Experimentar el funcionamiento de su inteligencia ayuda al adolescente a confiar en sí mismo. La inteligencia es el rasgo personal más estimado en esta época. Además la aparición del pensamiento formal da lugar a la introspección, la vida interior se hace posible. La tendencia a la fabulación y a la mitomanía en este periodo hacen que la pérdida de contacto con la realidad sea uno de los peligros que acechan al adolescente. 

Es muy importante que prestemos la máxima atención a nuestros hijos cuando se sienten desgraciados así como que nos esforcemos en comprenderles, que les demostremos que no los consideramos tan frívolos como para ser capaces de superar una infelicidad profunda en cuestión de unos momentos. También es importante que tengamos en cuenta desde el principio el valor de los lazos afectivos y los fomentemos tanto como sea posible.
El precio de la independencia es tolerar la soledad así como aceptar las limitaciones personales y la finitud de la vida.