Una de las cosas más importantes y más díficiles en la educación del niño es el ayudarle a encontrar el sentido de la vida. En esta labor la infuencia de los padres, de las personas que cuidan del niño es la que más va a pesar. El segundo lugar en importancia corresponde a nuestra herencia cultural.
El cuento no exige nada a quien lo escucha, lejos de exigir nada proporciona seguridad, da esperanzas respecto al futuro y mantienen la promesa de un final feliz. Representan una integración del yo que permite una satisfacción adecuada del ello y esto explica su optimismo. Por ejemplo, el cuento de LOS TRES CERDITOS. Enseña que no podemos ser perezosos ni tomarnos las cosas a la ligera, es decir, no podemos dejar que el ello control nuestra vida porque podríamos perecer. El lobo destructivo representa las fuerzas asociales, inconscientes y devoradoras que forman parte de nosotros mismos contra las que tenemos que aprender a defendernos y a las que podemos derrotar con la energía del yo.
En los cuentos de hadas el malo no carece de atractivos. Suele estar simbolizado por el enorme gigante, por el poder de la bruja o la malvada reina, que a menudo tiene temporalmente el poder, durante algún tiempo arrebata el puesto que corresponde legítimamente al protagonista, sin embargo, el hecho de que sea castigado al terminar el cuento no es lo que importa desde el punto de vista moral. El que al final venza la virtud no provoca la moralidad tampoco, sino lo importante es que el héroe es mucho más atractivo para el niño que se identifica con el mismo en todas sus batallas y gracias a esa identificación, el niño imagina que sufre las mismas pruebas y tribulaciones triunfando con él al final.
Los cuentos de hadas son verdaderas obras de arte y poseen una riqueza y profundidad tales que transcienden más allá de lo que se puede extraer mediante un examen superficial. Ayudan al niño tanto consciente como inconscientemente, a renunciar a sus deseos infantiles de dependencia y a alcanzar una existencia independiente más satisfactoria.
Actualmente y más que nunca, el niño necesita la seguridad de que en el futuro será capaz de obtener relaciones satisfactorias y llenas de sentido con el mundo que le rodea. Y esta seguridad no la va a alcanzar si sólo le contamos cuentos de hadas. En esta tarea va a ser fundamental el papel que desempeñen los padres en primer lugar, y los educadores en segundo.
Sólo el niño que ha sido deseado, amado, valorado por sus padres en los primeros años de su existencia, durante su infancia, se amará, valorará a si mismo, tendrá una buena «autoestima». Así como le cuidaron y trataron, cuidará y tratará de él mismo y de los demás en la vida adulta.
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