LA IMPORTANCIA DEL RENDIMIENTO ESCOLAR EN LA INFANCIA
El niño es todo curiosidad. Quiere saber el porqué de todo.Al mismo tiempo quiere complacer a sus padres, ganarse su aprobación por lo tanto aplicarse en la escuela es la forma de conseguir ambas cosas. El niño que hace un buen papel en la escuela recibe muchas recompensas, sus padres están contentos de él, los maestros le alaban, se siente querido. Por tanto si un chico fracasa pese a estar capacitado para hacer progresos en la escuela es porque algo le pasa. Tiene que haber razones poderosas para ese fracaso.
El rendimiento escolar deficiente también puede deberse a la necesidad de afirmar la independencia propia. Si los padres son capaces de mostrar empatia por la necesidad de afirmarse del niño, por ejemplo, para lo cual rechaza el trabajo escolar, o por el temor de convertirse en una marioneta si hace lo que los otros desean que haga, entonces la actitud ante él será distinta a la que se adopta cuando su actitud en la escuela se atribuye a pereza o falta de capacidad. Si los padres aprueban su deseo de independencia hacen que se sienta a gusto consigo mismo, al sentirse apoyado por los padres, quizá llegue a comprender por él mismo que rechazar el trabajo de la escuela no es la única ni la mejor manera de llegar a ser una persona independiente. La aceptación por los padres de la necesidad de afirmar la propia personalidad, tal vez ayude al niño a encontrar formas menos destructivas de afirmar su independencia como persona, de tal modo que para ello ya no tenga que recurrir al rechazo del aprendizaje en la escuela.
Cuando los padres reaccionan de forma exagerada ante los fracasos escolares el niño puede interpretar que a los padres lo único que les interesan son las notas, los resultados, que él no importa como persona. Esto puede inducirle a odiar los estudios, que supone para sus padres lo más importante. El resultado es que se vuelve incapaz de atender los odiados estudios aunque no tiene idea de por qué los odia tanto, o de por qué tiene que evitarlos a toda costa, incluso a costa de lo que más teme: la desaprobación de sus padres. Cuando los padres les reprochan lo poco que rinde en la escuela, el niño se desespera puesto que no se siente capaz de hacer lo que complacería tanto a él como a sus padres.
Cuando los padres comprenden cuáles son o pueden ser los motivos del niño, no sólo será más fácil la comunicación entre ellos y el niño, sino también más agradable la convivencia, la empatia por el hijo hará que le aprecien más y se sientan más contentos y satisfechos de ser sus padres.
Para conseguir ésto, los padres deben tener o adquirir, confianza en su hijo, la confianza interna de que el niño hará un buen papel en la vida. El niño necesita esta confianza en él y en su capacidad de dominar la vida. Dudar de que lo consiga es muy destructivo para el niño que ya alberga dudas en relación con el amor de los padres. La convicción de los padres de que triunfará es lo que más necesita ya que es lo que creará en él una confianza básica en si mismo, en sus propias capacidades.
A menudo los niños reaccionan menos a lo que ocupa el pensamiento consciente de sus padres que a lo que sucede en el inconsciente de éstos, ya que los niños se encuentran bajo la influencia de su inconsciente mucho màs que los adultos. Los sentimientos que llegan a nuestro consciente pueden equipararse a la punta visible de un iceberg, mientras que la parte más voluminosa, al igual que nuestros sentimientos y motivos inconscientes, permanece sumergida e invisible. Siempre que emociones profundas o sentimientos complejos nos empujan a actuar, es probable que en ello intervengan también motivos inconscientes, es decir, motivos de los que no nos damos cuenta. Entonces nuestra conducta es sobredeterminada, lo que quiere decir que aunque somos conscientes de algunos de nuestros motivos, otros que también influyen en nuestro comportamiento permanecen inconscientes y con frecuencia éstos son los que principalmente nos mueven.
Todas las situaciones entre padres e hijos están cargadas de sentimientos. Esto es inevitable.
Sólo explorando y reexplorando los pasos que dimos para llegar a ser nosotros mismos podemos conocer verdaderamente lo que fueron nuestras experiencias infantiles y lo que han significado en nuestra vida. Si logramos adquirir ese conocimiento, cambiará la repercusión que estos acontecimientos tuvieron en nuestra personalidad. Adoptaremos otra actitud ante nuestra experiencia y cambiará la actitud que adoptemos ante experiencias paralelas con nuestros hijos.